sábado, 1 de agosto de 2015

El pescador

Los fotógrafos de paisaje y naturaleza tienen la mala costumbre de buscar los sitios más inaccesibles para intentar conseguir un punto de vista de un paisaje que no sea el típico.


Incluso en los sitios más comunes y populares le dan vueltas al paisaje para evitar caer en lo convencional.
Puede ser buscando las horas más propias para conseguir que la luz se acomode a sus gustos, como colocarse en el lugar más inapropiado para la seguridad, o elegir los peores momentos meteorológicos.
Mi experiencia en estas lides me ha llevado a colocarme en estas situaciones, y aunque no lo digo como si se tratara de un acto extraordinario ya que hay miles de aficionados en el mismo caso, mis posibilidades físicas no están muchas veces a la altura de lo que sería deseable. Debo decir también en mi descargo que los riesgos que asumo los tengo controlados (al menos eso quiero creerme).
Pues bien, si la fotografía es en la costa, casi siempre he encontrado un pescador (de caña) o indicios de que allí han estado pescadores, por muy dificil y peligroso que a mi me pareciera el lugar.
Esta reflexión me lleva a pensar que los pescadores de caña en el mar son tan imprudentes como los fotógrafos de paisaje, aunque esta imprudencia sea siempre para conseguir las mejores piezas.

La historia de esta fotografía es la de la espera, haciendo tiempo y buscando localizaciones para futuras sesiones.


La idea que llevaba en la cabeza era la de una puesta de sol a través de un puente natural de piedra sobre el mar. Era pronto, estuve buscando la posición más adecuada para lo que yo quería, hice unas fotos de prueba, comprobé que el sol se pondría de tal manera que teñiría el fondo del cielo a través del puente y que su reflejo sobre las aguas moviéndose lentamente con la subida de la marea daría un color a la escena que yo ya había visto en mi cabeza ...
Me acerque a las moles de roca próximas y empece a disparar a contraluz utilizando de suelo las piedras y las algas que la marea aún no había cubierto. Entonces es cuando me di cuenta de la pequeñísima silueta del pescador sobre el borde del acantilado.
Me llamó la atención sobre todo porque yo había estado valorando la posibilidad de llegar hasta allí, pero la deseche por que me pareció que podría ser peligroso.

 Las nubes empezaban a cubrir el cielo cuando aún quedaban más de dos horas para que empezase el atardecer.


Lo típico del cielo asturiano es que aparezca nublado. Sin embargo las nubes muchas veces acentúan la escena, me decía para mi y se lo decía para convencerme a Pilar, mi mujer que siempre está conmigo en estas circunstancias.
Seguramente en el ocaso aparecerá algún claro, pensaba.
Las nubes se tornaron grises, oscuras, bajas y el cielo se cerró.
Recogimos los bártulos pasadas las once, ni puesta de sol, ni luces, ni estrellas ni nada. ¡Y encima empieza a llover!



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