Algunos de los días más calurosos de final de junio, muchas crías de las pequeñas aves que merodean por mi jardín, al sentirse con suficientes fuerzas, se lanzan del nido bien voluntariamente o quizá ayudados por sus hermanos para hacer más hueco en el minúsculo nido.
Sea como fuere este pequeño verderón se encontró en medio de la carretera a merced de los vehículos que puedan pasar, que afortunadamente no son muchos.
El vuelo que hizo desde el nido hasta tocar el suelo puede que le hiciera pensar en que ya estaba volando solo, sin embargo una vez en la tierra pudo comprobar que no era capaz de levantarse aún esforzando la potencia de sus alas, que no son todavía suficientes.
Así lo encontré en la calle, frente a la puerta de mi casa. Lo recogí, se lo enseñé a mis nietos, y a esteos les conté la fragilidad del pobre animal, solo, sin capacidad de alimentarse y expuesto a los gatos que pasean a sus anchas por el patio de mi casa.
Observávamos el comportamiento del verderón, sus llamadas de ayuda hacia sus padres, y la respuesta que recibía, así que lo colocamos en una rama de un arbusto y esperamos.